La idea de que la moralidad está en retroceso nos toca a todos: la leemos en noticias, la comentamos en cenas familiares y la sentimos en redes. Yo, como entrenadora de bienestar, parto de una premisa práctica: distinguir la percepción de la realidad es el primer paso para no dejar que el pesimismo determine cómo actuamos cada día.
En este texto recojo hallazgos y argumentos que explican por qué tantas personas creen que la bondad decrece, y traduzco esas ideas en una rutina aplicable para ajustar la percepción sin caer en ingenuidad. No prometo soluciones milagro; ofrezco herramientas para evaluar, practicar y calibrar tu confianza en los demás de forma realista y útil.
Por qué tenemos la sensación de que la moralidad empeora
Evidencia y hallazgos clave
Estudios recientes que analizan millones de respuestas de encuestas a lo largo de décadas muestran una tendencia clara: la mayoría de las personas opina que la conducta ética ha empeorado en su sociedad. Investigaciones coordinadas por Adam Mastroianni y Daniel Gilbert, y publicadas en revistas académicas, confirman que esa percepción aparece de forma consistente, sin importar la época o el país encuestado.
Al examinar datos acumulados entre muchas encuestas —con preguntas sobre honestidad, amabilidad y comportamientos cotidianos hacia desconocidos— los autores encontraron que la experiencia personal cotidiana de las personas tiende a ser positiva. La mayoría informa haber sido tratada con respeto y haber realizado actos de ayuda con cierta frecuencia, aún cuando la narrativa pública sugiere lo contrario.
Mi lectura como profesional es que esos hallazgos no anulan la posibilidad de problemas morales reales en contextos concretos, pero sí invitan a cuestionar la idea generalizada de un declive lineal y global. Es decir: la percepción existe, pero los indicadores de comportamiento cotidiano no muestran la drástica caída que mucha gente teme.
Los sesgos que distorsionan nuestra memoria y atención
Dos fenómenos cognitivos explican buena parte del efecto: la atención selectiva hacia lo negativo y la tendencia a idealizar el pasado. Suele resultar más fácil recordar noticias impactantes —escándalos, engaños, violencia— que los gestos discretos de solidaridad que ocurren a diario. Esa facilidad de acceso a recuerdos negativos alimenta la creencia de que las malas acciones proliferan.
Al mismo tiempo, la retrospección con lentes de color de rosa hace que recordemos el pasado más amable de lo que realmente fue. Cuando contraste ese recuerdo con la exposición contínua a malas noticias actuales, la comparación parece favorecer al pasado, aunque los datos cotidianos no respalden esa ventaja.
En mi experiencia impartiendo talleres, observo que cuando las personas reconocen explícitamente estos sesgos comienzan a percibir con menos dramatismo. Es una práctica sencilla: poner a prueba la intuición con datos de la propia vida, no solo con titulares.
Diferencias por edad y posición política
Los estudios muestran variaciones en la magnitud del pesimismo: las personas más conservadoras y las de mayor edad tienden a reportar percepciones más fuertes de declive moral. Sin embargo, los investigadores señalan que parte de esta diferencia responde al periodo de vida considerado: quien es mayor compara con un pasado más lejano y, por tanto, tiende a percibir cambios mayores.
Es importante matizar que esas diferencias no invalidan el patrón general: todas las categorías sociodemográficas estudiadas comparten, en mayor o menor medida, la sensación de empeoramiento. Por eso no se trata de desacreditar a quienes sienten ese declive, sino de entender por qué lo sienten y cómo podemos responsabilizarnos sin alarmarnos innecesariamente.
Mi consejo profesional es que uses esa información para calibrar conversaciones difíciles: entender la procedencia de una percepción ayuda a responder con preguntas útiles en lugar de reacciones defensivas.
Rutina práctica para recalibrar tu percepción (paso a paso)
Rutina diaria: 15 minutos en tres bloques
Propongo una rutina breve y estructurada: tres bloques de 5 minutos, fácilmente encajables en la mañana, al mediodía o por la noche. El objetivo es crear un hábito de registro y reflexión que contrarreste la sobreexposición a noticias negativas.
Bloque 1 — Registro objetivo (5 minutos): durante cinco minutos anota, de forma esquemática, dos hechos concretos que observaste o viviste ese día relacionados con la conducta de otras personas: ejemplos de ayuda, cortesía o, por el contrario, desconsideración. Salvo excepciones éticas, céntrate en hechos verificables, no en interpretaciones.
Bloque 2 — Contraste de evidencia (5 minutos): repasa esas anotaciones y pregunta: ¿esto representa algo aislado o forma parte de un patrón? ¿Hay suficiente información para generalizar? En mi práctica con clientes, este paso reduce la tendencia a extrapolar una mala experiencia a toda la sociedad.
Bloque 3 — Acción deliberada (5 minutos): realiza una pequeña acción concreta que refuerce la confianza social: agradecer a alguien, devolver un gesto, ofrecer ayuda breve. No se trata de performatividad, sino de experimentar activamente la confianza. Repetirlo enseña que la interacción prosocial es tangible y frecuente.
Progresiones y seguimiento semanal
Para consolidar el cambio propongo una progresión de cuatro semanas. Semana 1: habituar los tres bloques diarios. Semana 2: ampliar el registro a tres hechos diarios y añadir una reflexión corta al final de la semana. Semana 3: integrar una acción prosocial planificada a la semana —por ejemplo, ofrecer ayuda a un vecino o participar en una actividad comunitaria— y anotar reacciones. Semana 4: evaluar patrones y decidir qué prácticas mantener.
Yo suelo sugerir métricas personales simples: número de actos de cortesía observados, número de actos realizados por ti y variación semanal. No necesitas instrumentos sofisticados: una libreta o una nota en el móvil es suficiente. Lo importante es convertir la observación pasiva en una prueba empírica personal.
Si sigues esta progresión, en pocas semanas notarás dos cambios: mayor equilibrio en tu percepción y mayor disposición a actuar. Recuerda que la meta no es negar problemas reales, sino tener un mapa más fiel de la realidad social.
Errores comunes al aplicar la rutina
Un error frecuente es usar la rutina como herramienta para justificar inacción: registrar actos de bondad no implica que no existan injusticias o problemas estructurales que merezcan atención. Mantén siempre espacio para la acción cívica y la crítica informada.
Otro fallo es la búsqueda de confirmación: algunas personas, al comenzar, solo registran lo que refuerza su tesis previa sobre el declive. Para evitarlo, establece una regla: por cada ejemplo negativo registra al menos dos positivos. Esto no manipula la realidad; obliga a equilibrar la atención.
Finalmente, evitar convertir la práctica en una carrera de números. La meta es sensibilidad calibrada, no justificación. En mi trabajo guío a la gente para que use estos ejercicios como brújula, no como inventario moral.
Seguridad, límites y contraindicaciones leves
Cuándo moderar la exposición a noticias y debate público
Reducir la sobreexposición a titulares sensacionalistas suele ser beneficioso. Recomiendo limitar sesiones de consumo informativo a bloques concretos de tiempo y priorizar fuentes que ofrezcan contexto en lugar de alarma constante. Esto protege tu bienestar emocional sin vaciarte de información relevante.
No obstante, hay contraindicaciones: evitar completamente la realidad puede llevar a insensibilidad frente a problemas que requieren respuesta colectiva. Mi recomendación práctica es alternar bloques informativos con bloques de acción verificable: leer menos pero hacer más.
Como pauta de seguridad personal, si notas que la lectura de noticias provoca ansiedad persistente, interfiere con tu sueño o tu rendimiento cotidiano, es momento de ajustar la rutina y, si fuera necesario, consultar a un profesional de la salud mental.
Respeto, límites éticos y comunicación con otros
Al hablar con personas que creen firmemente en el declive moral, evita minimizar su experiencia. En lugar de rebatir con datos, plantea preguntas que ayuden a contrastar percepciones y ofrece ejercicios compartidos: por ejemplo, proponer llevar un registro conjunto durante una semana.
También es importante no instrumentalizar la práctica para manipular opiniones. El objetivo es crear habitabilidad social: reconocer sesgos propios, compartir observaciones y actuar con coherencia. Mantener respeto y humildad reduce resistencias y facilita cambios reales en la convivencia.
Mi regla en consulta es simple: menos sermón, más experiencia compartida. Cuando la gente vive pequeñas pruebas sociales positivas, su visión tiende a matizarse sin necesidad de confrontación.
Preguntas frecuentes
¿Significa todo esto que no hay problemas morales en la sociedad?
No. Reconocer que la percepción de declive puede ser exagerada no elimina problemas reales. Existen contextos y eventos con comportamientos claramente inaceptables que requieren atención y reparación.
Lo que sugieren los estudios es que la sensación generalizada de un declive continuo y uniforme no se sostiene frente a la evidencia cotidiana recogida en millones de respuestas. Esa distinción nos ayuda a priorizar: actuar sobre problemas concretos y no perder recursos persiguiendo una amenaza generalizada inexistente.
Mi orientación es actuar localmente y con criterios: intervenir donde hay evidencia tangible, y usar prácticas de calibración para no dejar que la alarma generalizada nos impida ver las señales positivas.
¿Cómo sé si mi percepción está sesgada?
Un indicador práctico es comprobar la consistencia entre tus impresiones y tus experiencias directas. Si crees que la mayoría de la gente es grosera pero tu día a día muestra interacciones cordiales, probablemente estés sobreponderando las excepciones.
Aplicar la rutina de registro durante dos o tres semanas te dará datos personales sobre la frecuencia real de comportamientos prosociales. Esa evidencia propia es la forma más directa y útil de testear sesgos.
En mi trabajo con grupos de aprendizaje, usar datos propios reduce discusiones estériles y focaliza la energía en cambios concretos.
¿Qué hago si alguien en mi entorno insiste en que todo va mal?
Primero, escucha sin disminuir la emoción de esa persona; la sensación de declive suele venir acompañada de preocupaciones legítimas. Luego plantea un experimento compartido: llevar un registro conjunto durante siete días. Esa experiencia colaborativa suele bajar la intensidad del juicio y abrir espacio para acciones concretas.
Si no aceptan el experimento, propón pequeñas acciones que no requieran acuerdo —por ejemplo, agradecer a alguien en presencia de esa persona— y observa la reacción. A menudo, ver resultados prácticos es más persuasivo que los argumentos abstractos.
Mi experiencia sugiere que la empatía y la curiosidad son herramientas más efectivas que la confrontación para cambiar percepciones muy arraigadas.
¿Puedo usar estas prácticas en equipo o en la empresa?
Sí. En entornos laborales la calibración de percepciones mejora la confianza y la colaboración. Recomiendo iniciar con ejercicios cortos y voluntarios: un ejercicio semanal de reconocimiento concreto y un espacio para registrar actos de apoyo observado.
Importante: no conviertas la práctica en evaluación de rendimiento ni en instrumento punitivo. Su eficacia depende de que se perciba como herramienta de mejora compartida, no como control.
Como pauta profesional, yo inicio con pruebas piloto de un mes y reviso resultados cualitativos antes de escalar cualquier intervención en equipo.
¿Cuánto tiempo tarda en cambiar la percepción?
No hay plazos universales. Muchas personas notan mayor equilibrio en 3–6 semanas si practican diariamente las anotaciones y las acciones propuestas. Para cambios más profundos en la visión social, pueden ser necesarios meses y la implicación en experiencias comunitarias sostenidas.
Mi recomendación práctica es medir pequeños avances: aumento en actos de ayuda observados o incrementos en la disposición a confiar en interacciones cotidianas. Esos indicadores son más manejables que metas abstractas sobre «creer en la humanidad».
Persistencia y modestia en los objetivos ayudan: el objetivo es calibrar la percepción, no alcanzar un optimismo forzado.







